En realidad la distancia nos carcome el encéfalo.
Siendo así, el niño huye del nosotros y juega -solo- con el polvo.
A veces frente a mí, la orfandad en las veredas de la linterna;
ya no quiero que colinden las utopías con el lejano cosmos,
ni que las golondrinas toquen el arpa junto a la inmundicia.
(Estoy harto de tanta carroña, prefiero beber de la nada
y desentrañar al crepúsculo de los cabellos del páramo.)
Atisbo figuras, árboles con sangre en el pómulo de las lágrimas;
─la hojarasca comienza a esclarecer las dudas del almanaque
y el espejo sangra el agua que debemos de untar en nuestros labios
y curar la herida; al fin de cuentas la luz no se encuentra en la lira,
sino en lo inhóspito de las aceras donde gobiernan los andrajos.
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