Bajo las acequias de
tus poros:
la escarcha irritada
por las caricias del antiguo velamen,
sosiegos y
automatismos pisoteados dentro de tu templo;
ya es hora de que las
olas besen la arena,
de que mis dedos
desembarquen en la cuna de tus orillas
y den comienzo a un
nuevo vaivén de garganta y torbellinos.
Detrás de mí,
aletazos de pájaros,
calcinan, mientras
entre tus piernas se pierden las estrellas.
(Siento como en mi
interior tirita el fuego, ¡desnúdame!)
Se nota la entrega y
los aplausos de tus vellos,
se nota, estoy
próximo a ocultar el sol entre tus cordilleras,
cierra las cortinas
del crepúsculo y entreguémosle al tiempo
un poco de oscuridad
vertida en puchitos de jadeos embalsamados.
Después de todo, las noches mueren, pero mi sangre se queda contigo.
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