Una vez más sobre la espalda del follaje.
Una vez más el día trae en su pupila
los puntos cardinales de la garganta;
suele darse el frío en los nervios de las calles,
escaldan, mientras los pasos dejan una llaga en mi espejo.
(Camino entre el rocío de los litorales y padezco de sed.)
La sal vierte su abrazo en las orillas, susurra, hace laberintos.
Desnudos caminan los escarabajos y llevan en su espalda:
una marejada de charcos atados al tacto de su sonrisa.
Me he convertido en el limbo de los trenes,
rumores que vienen y van con la muestra emplumada de los arcanos.
He sacado conclusiones de un puñado de polvo, espirales sin fin
que a diario convergen con la despiadada herida de los andrajos.
Después de todo, no se puede respirar con una espada en la garganta.
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