Esta vez: no quiero hablar del fuego, ni del sudario de sus ixcanales;
no quiero caminar en el andamio, ni en la ventana; esos donde a vos:
el vértigo te hace más confusa, mientras la afonía azota como borrasca.
Esta vez, quiero arder como la ceniza en tu caja de porcelana:
hundirme en cada fisura en donde el magma es embriagante,
hundirme como escarabajo en las arenas movedizas del blues,
hundirme sin pensar en el sofoco de los litorales; dibujarte,
pintarte como lo haría Picasso en el cubismo analítico,
llamarte Camelia si así te llamaras, pero no tienes nombre alguno.
Ya no sé qué hacer con tus meandros, eso tengo que averiguarlo,
pero mientras lo averiguo, haré que mis manos acaricien tu bagaje,
haré que los rumores se escarchen a cada segundo, ¡antiguas utopías!
(No tengo nada por ofrecerte, salvo un abismo y una alondra sin aliento.)
Frente a mis ojos, otra forma de quemarse. ─Mata mis caballos de rebeldía.
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