Recojo cada vestigio vertido en los signos del mimetismo.
A veces tenemos que errar como golondrinas, poner el pecho,
para quitarle la máscara a los fetiches del tabanco.
Es dura la vida cuando no hay longevidad en los zapatos,
es duro el quedarse inmóvil, sentado en la banqueta de las polillas,
espantando moscardones; mientras las libélulas se nutren
e inoculan la hemofilia en los niños que reparten besos de porcelana.
(Frente a mí, el paraguas y sus puchitos de ironía y sarcasmo.)
Aquí es donde el arcoíris entra en la faena de malabarista,
entretiene a los jueces del purgatorio, mientras libera mil pájaros;
no es el claustro, ni las mil heridas en la pupila del rapsoda,
es la mirada del leviatán la que nos convierte en una especie de zombie.
Al final, él me dijo que no quería sonreír por causa de su vigilia.
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