El arpa de Orfeo ya no suena como antes en los andenes.
Todo, es una nota disonante entre el mirto de la holgazanería;
me río de los trenes, de sus vagones sin rumores y sin Palabra,
me río de los escapularios que cuelgan de la garganta de los cuervos
y del hastío que siento antes de desayunar las púas y los lamentos.
Me niego a creer en la angustia de las postrimerías, ¿es un símbolo
o una premonición de que las libélulas pronto perderán sus alas?
(Me oculto entre las palmas y entre las pupilas egoístas del retrato.)
El madero reúne a tantas termitas, que ya no si creerle a los gorgojos
o a las pelotas de caca de los escarabajos; ahora, el charco y el reflejo,
una forma de hacerle alfombra a la muerte con nuestros laberintos.
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