A vivir bajo la llaga abierta del cielo.
A morir constantemente mientras dibujo.
A respirar el aire invisible de la cobra.
A ver tanta rutina sangrienta tras el espejo.
A ver hospitales llenos de enfermedades y no de medicinas.
A ver como sucumbe cada bosque;
estoy sentado, respiro el aire puro del dióxido de carbono,
¿te das cuenta? Pero no soy un político escupiendo discursos,
soy nada más la ira de un monólogo que ha roto su camisa.
Me he dedicado a tragar con güishtes a las leyes
y ahora, las heridas han brotado de las cenizas en desorden.
(Diez años más y todo esto será Sodoma o Gomorra
o el pueblo fantasma de las brujas de Salem.)
He aquí, el capitalismo teniendo sexo con el consumismo.
¿En qué pupila cabe tanta lágrima al borde del suplicio?
¿En qué epitafio cabe toda una vida llena de tragedias?
¿En qué campiñas caben tantas osamentas descuartizadas?
¿Cuántos laberintos hay por transitar en el crepúsculo?
Me niego a creer que estoy aquí, oyendo el desentono del blues,
escuchando sus estertores confusos y su acorde en decadencia.
Veo a través del sistema, cómo algunos profesores en manos de Morfeo,
dan clases de sonambulismo en vez de clases con transparencia;
esto ya es el colmo, no terminaré nunca de escribir este poema,
sigo en el camino y los niños comen en el plato del hambre,
elevan sus piscuchas de paja, dejan ir sus barquitos en la correntada.
A lo lejos observo la postura, el resuello de un torogoz de cartón,
de cobija tiene la bóveda, y de pared: el portón de una iglesia insensata.
¿Hasta cuándo los jeroglíficos atormentarán las paredes?
¿Hasta cuándo el desayuno será plato de cadáveres?
¿Hasta cuándo el espejo reflejará a la muerte con risa demoniaca?
¿Hasta cuándo el desierto nos dará más agua de cactus?
¿Hasta cuándo el arcoíris engañará a los fanáticos?
¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo?...
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