¿Qué odre podrá saciar la sed de las ventanas?
En el ocaso, los guijarros siempre hacen fila para inmolarse;
¿habrá, acaso, esparadrapo para las heridas del horizonte?
(¿Cuántos pocillos nos quedan para resistir a la inclemencia?)
Alrededor del ataúd, las polillas bailan, las luciérnagas tañen
y mis pájaros amarran su canto al mástil invisible de tus pezones;
mientras los caracoles marcan el tiempo,
mientras el nocturno vibra, mientras el Himno destroza el raciocinio,
mientras las piedras juegan a ser noche, mientras,
mientras yo, escudriño en los signos, los arcanos sobre las olas.
─¿Qué tregua se le puede dar a los cuervos?
Cada vez que sale el Sol, la sangre también sale de las aldabas.
Sería un suicidio el entregarle una alegoría a los mosquitos.
Frente a mí, el oráculo al que Parra inmortalizaba
y al que de vez en cuando sujetaba de los cabellos.
Caer en sus brazos, es adentrarse en una orquídea de luz.
Por suerte, guardé en mi bolsillo una linterna de sombras
y un laberinto de obsidianas para conquistarla.
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