Tiemblo. Como el niño que teme a los desvaríos bajo su cama.
Tirito. Como aquel pedazo de iceberg frente a las brasas.
Lloro. Como aquella tormenta magullada por el tiempo.
Tartamudeo. Como esa ventana que no logra expresar la inevitable nada.
Escupo. Pero no como esos que escupen a su propia tierra.
Sueño. Al igual que un trozo de espejo que quiere convertirse en jade.
Vuelo. Pero no como los pájaros, vuelo, sin que la gravedad me fulmine
y sin que los rayos me apretujen las cavilaciones.
Exploto. Dentro de una granada, para desactivar su cólera
y ser testigo del arcoíris fluorescente de la noche.
(Sufres. Como una cobra herida por el páramo,
que no puede hallarse a sí misma, y eso, a nadie le importa.)
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