Ciertamente, nos duele cuando el cielo cabalga sobre el
asfalto,
se mueve como oruga mutilada de pies y manos, atado al
bagazo,
atado al charco donde cuaja lo pusilánime y hierve la
congoja.
Tras su estela, se arrastra el arcoíris con sus colores
lodosos,
las mariposas al tocarlo se vuelven aniquiladoras polillas;
¿hasta qué punto se vuelve mortal una gota de barniz u
hollín?
Nadie sabe quién desmembró las extremidades del ocaso,
salvo las estrellas y sus moreteados picos. ─El insomnio nos
descamina.
Agrietadas yacen las olas del drama, fuera de ellas, vos al
ras del espejo,
lamiendo los tentáculos lisos y brumosos del espantapájaros;
ya casi es hora de salir de este mundo, ¡o ya salimos!
Quién sabe si el reloj nos jugó una despiadada broma
y ahora ríe a carcajadas; nosotros, nos tragamos su oscuridad.
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