Nadie se atreva a mirarme a los ojos sin
antes observar sangrante a la madrugada.
Nadie critique mis noches de alambre, mis
peines que desnudos peinan la melancolía.
Nadie venga a mí con la intención de ocultar
la depresión que recojo del calendario.
Nadie escriba mi nombre en un pedazo de
papel sin antes consultarlo al árbol.
No confíen en los soles de plástico y en
las alfombras donde duermen las gárgolas.
Huele a incienso contraído en las aceras,
el horizonte es un término amargo,
el cielo tritura sus propios huesos,
mientras sobre el rostro una mosca parafrasea.
Al terminar el libro, vuelve a abrirse y las
páginas se arrancan por sí solas,
vuelven como mariposas al árbol del cual
fueron despojadas.
En este mundo todo vuelve a la tierra, pero
nada vuelve como niño;
se vuelve: como pólvora al peñasco, como polvo póstumo a la nada.
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