Solo el vacío aún conserva su garganta de cieno.
Es albergue de sangre este suelito dibujado con sobras y almejas;
por cierto, el cielo anuncia su decadente alforja llena de
herrumbre.
Al fin de cuentas, no hay servicio de correo para el patíbulo.
(No es tan absurda la
bruma que atiza las líneas telefónicas,
el mendrugo nos
reviste de tortillas envueltas en fuego fatuo.)
Cuando nos damos cuenta estamos en medio de la herida,
ni porque cada uno tiene en el entrecejo una guitarra de
hierbabuena.
Enciendo la vela, el estertor no se hace esperar alrededor
de ella,
ni el fuego está a salvo de la podredumbre de los relojes.
─Siempre favorece el musgo cuando invocamos pájaros,
no usamos incienso ni ninguna otra majadería del infierno.
Los pájaros no necesitan más plumas oscuras para herirse;
lo gélido, se lo dejamos a los decrépitos almanaques del andamio.
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