Se desata la lágrima del tronco con el crujir del pasto seco
y amarillento.
¿En qué ánfora guardaremos cada estertor que marca el
calendario?
Ya no hay puntos suspensivos en las hojas, ni tabiques que
aguanten los metales.
Las alegorías nos hacen emigrar a la herida profunda de la
bandera;
¿dónde están los violines, las notas que calman hasta el más
pequeño guijarro?
Las gaviotas, al igual que las alondras, traen sus mensajes
envueltos en pequeños féretros;
hasta los nidos nos hacen pensar en la nada, en lo que ha de
venir, en lo que ha de fulminar.
Niego todo cuanto he visto. Pero no puedo negar que lo vivo
y lo siento en mí mismo.
Dígame usted ─si puede─, si todo le parece tan realista al
estrechar mi mano,
al hurgar en la retina donde el Sol está oculto como niño
asustado por la nueva guerra.
Agazapada la hora en que ocurrió la primera ausencia. En qué
escollos vos,
en la búsqueda del ahora, en la búsqueda del amanecer,
el cual se autosepulta al primer rayo del Sol.
Caen las hojas, y junto a ellas mi desaliento. El mar, aún es parte de la sangre.
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