Sé del dolor que sientes al igual que las
campánulas al llegar las doce.
Sé del estertor, de los crepúsculos que bajan
por la correntada.
Sé del bastón y del cuarto pie de la razón
despojada del granito.
Sé de los rostros paupérrimos colgados del
abdomen de las luciérnagas.
Sé cuál es el triciclo, el pájaro itinerante
con olor a ceniza y carbón.
Sé dónde se hospeda el cuervo y dónde anidan
las polillas del patíbulo.
Sé de las nubes perdidas al ras del vértigo y
de los relámpagos suicidas.
Sé de cuántas estrofas está hecho tu aliento,
tus días, tu todo.
(A veces
el insomnio nos lleva a pensar lo impensable,
abre
portales hacia la verdadera vergüenza del absurdo;
─nada es
más quejumbroso que un espantajo tumbado sobre un chiquero amarillo.)
No son los grillos ni las luciérnagas al
acecho del sexo y la lejanía,
es la esquizofrenia de la niebla y sus pequeños subordinados.
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