El viento líquidamente baja por las calderas del ápice
y desdeña los guijarros que no pueden abandonar el
hormiguero.
Sal de ahí ─le dijo la lluvia al verano─, quiero hacerte
sudar frío
y llenar de esperma tus cántaros que hierven en desencanto.
(Aquí se mide el aliento con el ancho clítoris sexual de las
linternas,
aquí se despinta el crepúsculo y se pinta con colores
brillantes.)
Nadie pueda abandonar el estertor de sus espejos,
ni cambiar de dirección las hojas que se deslizan por el
pubis.
¡Cuánta agua se derrama a cántaros por el útero de las
alondras!
─¡Recógela! Dale de beber al sediento que arropa sus riñones
con plomo
y que duerme abrazado a las cápsulas vacías, pero que están
llenas de muerte.
¿Dónde está el agua sexual que nos mete en la cabeza otra realidad?
¿Dónde estarán los despojos de aquel crepúsculo que despertaba sin miedo
y que besaba mi pecho cubierto por rastros de sombra y lápiz labial?
Este sueño huye de mí mismo, la existencia es un pormenor del otoño.
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