Nada ni nadie sabe de mi risa.
Puesto que nunca río, así como el río que
fluye doliente,
arrastrando cuesta abajo incontables dolores
ajenos.
Muchos dirán que soy serio, o que sonrío
cuando estoy solo,
o que me carcajeo cuando alguien cae y se
lleva de corbata un poco de estiércol.
A veces, es cierto, me río de mí mismo y de la
indiferencia que descansa tras el áncora;
la verdad es que no sé qué decir cuando
alguien me saluda con palabras grises o negras,
¿tienen color las palabras? Sin duda habréis
escuchado hablar a los muertos
o decir una que otra palabra a las mariposas
que tañen todo el día.
Cada vez que despierto, el alba desnuda posesa
descansa en mi ventana;
de nuevo no sé qué decir, no sé si decirle
hola o cuánto lo siento.
─Todo es cuestión de recoger un poco de hilo
y coser quizá un poco de prehistoria sobre su
entrecejo desdeñado,
o llevar a cabo todo el proceso de sonreírle
una vez más,
mientras todos lloran al ver agusanado cada fruto puesto sobre la mesa.
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