Rotas. Rotas las horas y los paraguas salpicados por la
tristeza.
Rotos. Vencido el estupor a la vista del espejo y de la
saliva negra del crepúsculo.
Resquebrados. Agrietados los cielos que nunca vieron brillar
la diferencia.
Abiertos. Abiertos como un surco olvidado a la intemperie de
un hospicio.
Desgarrados. Como cada nota de una melodía dirigida por la
herrumbre.
Despezados. Como los vestidos del viento y sus arcas repletas
de ataúdes.
Así, así pasan los segundos frente a mi plato, segundos
quebrantahuesos,
segundos con la garganta hechizada por la agonía, segundos,
solo segundos, segundos que llevan en su espalda el peso del
frío,
segundos tan exactos para un paro cardiaco, segundos
oscuros,
segundos con una cuenta tan grande como el universo,
segundos, a veces ocultos, a veces tan cínicos como los
colores del semáforo;
segundos conspicuos, sombras fluorescentes que hurgan en
nuestra memoria,
segundos, solo segundos, segundos impregnados con el funeral
de mi Patria,
que vierten dentro de mí una serie de analogismos sin horizonte.
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