De pronto, uno se da cuenta de lo inverosímil del azogue,
se muestra cuando un gusano se arrastra por el filo de
un cuchillo
y acaricia tal filo como si fuera una hoja de eucalipto.
─Desgraciadamente, de nuestras huellas no podemos decir lo
mismo.
El otoño germina de nuestras manos, el páramo lo llevamos en
cada ojera,
mientras los grillos cuentan los relojes que tiramos dentro del pozo.
Hay horas en que perdemos el rostro, le ocultamos bajo el fango,
a la espera de que escarabajos borden el automatismo en las fosas nasales.
Nada podemos ocultar mientras tengamos un rostro, es un mundo
inhóspito,
del cual solo se espera que el candelabro se apague o que la
luz se oculte.
(¿Alguna vez viste a
niños guardados como trebejos inservibles,
con el rostro cubierto
por pequeñas brochas
y con el pecho
perforado por la ceniza?)
Si no os has visto, pronto les veréis al cortar la ingle del extravío.
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