A veces: el epígrafe es contradicho, el navío se estruja a sí mismo, los laureles se martirizan con su propia hojarasca, el hollín se masturba en lo alto de los Alpes, las olas se pelean con los roquedales, las gaviotas flagelan al viento, el verano sacude el polvo de los avernos, el azacuán planea en la poca ventisca del abecedario; sin duda, hay dos caminos en el lienzo de la Tierra, uno bueno y el otro malo; sin embargo, hay muy pocos entes buenos, por eso el plomo abunda en la maldad del entrecejo, las dagas se afilan en el fondo de las casas destroyer, salvo cuando el pozo de la piedra está seco y ha vuelto a ser afilador de palabras; aunque en el trasfondo de los escombros, la pluma se tiñe con la certidumbre de las metáforas, siguiendo aquel camino que nadie ha pespuntado, sufriendo junto a las vocales y caminando en el suelo del fuego, donde el lucro no existe, donde el ave fénix se sacudió las cenizas y no renació, sino que siguió sobreviviendo a la catástrofe del sudor de este orbe decrépito, que poco le hace falta para hacer sus movimientos en silla de ruedas. En fin, en el magulle del poema: la sangre se coagula por dentro y las manzanas del silabario se tragan a los gusanos que penden del hilo del manzano virgen; pero poco a poco, se sabe que en la campiña de los lectores, una semilla eclosiona en baño de sal y limpia el ojo sabio; luego, confecciona un nuevo traje al cerebro que disfrutó del discernimiento del poema.
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