A veces pienso en lo que los adolescentes oyen sin razón,
llamándole música; por esto, mi corazón prefiere:
escuchar al silencio que es canción,
escuchar a las campanas resonar en la torre
y bailar sin zapatos a la par del pobre,
tocar el blues con sabor a senos
y condenar mis dedos en el portón del bosque;
a trasluz suena la ópera en la punta del tímpano
y sacude con un vendaval la escarcha del vilano;
incluso cuando por ahí suena una canción de lucha,
el oído se prepara para recibir el líquido como ducha.
Luego, como mareas llegan los pezones mortíferos,
a punto de estallar en la boca del que ahora está sediento.
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