Ahora que mis huesos se han convertido en osamentas que adornan los cimientos de mi tumba sin epitafio; soy recordado en las antologías que gritan, gritan mi nombre, gritan mi seudónimo; cuando en vida no reconocieron a este vate que sufrió por su terruño, sufrió junto al mástil de las barcazas que todavía navegan en medio del desierto del Pacífico; el espectro que acompañaba a mi alma, solloza también en el taburete, ese taburete que fue el compañero durante muchas batallas, batallas que libré junto al abecedario a plena luz del fogón, fogón que todavía arde en los corazones de los vates que están naciendo, naciendo para vivir, no para morir en este averno sin profundidad alguna. Ahora meditemos sobre el arte que por vuestros ojos pasa, pasa desapercibida, pasa como el cierzo por el conacaste; aunque el conacaste disfruta de la brisa, vosotros no disfrutáis del arte que os ofrecen nuestros artistas nacionales, que comienzan como novatos y terminan siendo profesionales que se pierden en las páginas del afiche donde fueron anunciados; sabéis que también hay que reconocer a los artistas internacionales, pero no abolís las malas artes que a diario demuestran los que ponen por el piso el nombre sagrado de las mujeres. Meditemos sobre los calendarios: cada día que pasa por el colador, es un día más, donde el chingaste existe; sin embargo, amarremos el día a la noche, para que haya armonía y la luz carcoma a la obscuridad; así, mientras la luz esté viva en cada torrente del cerebro, haya una esperanza de raciocinio en las mentes inertes que ahora ven; ya que luego con esto, atisbarán el valor precioso del arte en todo su esplendor.
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