Desde los despojos de mi habitación,
el llanto pétreo de mis gazapos.
Dime qué abismos te envuelven ahora.
Dime si el taburete de tu estirpe
ya fluye o lo guardas en el mismo armario de tus heridas.
(Ponte en la camisa espectral de mi conciencia.)
De un tajo, tu quimera se hunde en mis páramos
y deambula por el dintel de mis pupilas.
El silencio de la noche se apodera de mis quejidos
y las ventanas golpean la luz de mis tantas lunas.
Vuelvo a ver hacia el armario, emerge ese fuego fatuo
y se apaga la vela que ilumina tus retratos en sepia.
En estos días postreros, ni siquiera tus constantes muertes
apagan la sed de las navajas,
solo encienden más los periódicos del automatismo.
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