Sigue en la península, el cuervo tétrico
que viste al cielo con tinieblas y tempestad;
sigue como cactus en el desierto
espinando la estridencia de las sombras;
sigue ahí, como un melancólico y maniático
en la espera de su esposa abismal;
sus ojos flotan entre la médula de los árboles,
se desviste, y cada pluma cae en el eco
de los escarabajos que por ahí van.
Miré justo a través de sus ojos ancestrales.
Oí el chasquido de su podredumbre torrencial
y como una daga, atravesó el tierno nido
del que brotaba una densa neblina
convertida en sangre, -repetidas veces lo oí-;
agazapado, agarré un poco de ese líquido
y lo unté en mis páginas, brotó una rosa purpúrea,
cortó mi mano y el cuervo se abalanzó sobre mis dedos;
luego me dijo: ─Nunca me detendrás...─
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