De gangrenas y mermeladas.
(Quizá, bajo mandíbulas de lluvia.)
Cuántos los crujidos del viento
y cuántos los estertores de los que perviven.
Llegó la hora en que las carrozas
llegan con sus caballos de huesos
y yo, amor, aquí dibujándote fantasmas
con los puchitos de sangre que me quedan.
No sé si del agujero de donde te he sacado
has tenido que soportar todo el bagazo del tiempo
o si en la caja donde guardas tus orugas,
también has guardado los quejidos de los últimos.
De lo que sí estoy seguro, es que pintas el alba
y luego la destiñes con tus brotes de fuego fatuo.
Es una noche de día
y no me quitas la vista de encima;
ya es hora de regresarte al sarcófago de tierra
para que descanses un año más
y el próximo
te cuente cómo se encuentra el mundo en la herida.
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