¿Hacia qué efluvios me arrastran los huesos?
¿Hacia qué arados los surcos de mi doble sombra?
Aquí, sentado, frente a puñados de canicas sin niños:
la vereda gris de mis miedos y digresiones,
guijarros oscuros, y muchos, llenos de sangre hasta el pecho;
me abandona mi espíritu, ¿cómo será mi ascenso
o gestación en las raíces de los cipreses?,
¿cómo será?, ¿acaso flotaré alrededor de ti
como el cerco de Saturno y sus rocas purpúreas?
Hay de mí, hay de mis pobres vigilias,
¿rodarán como el polvo y las cenizas?
Me acompaña una silla decrépita como mis graneros,
tirita, tal si fuera un meteoro golpeando mis nervios.
Y ahora un grito horizontal perfora mi aire nocturno
y anuncia mi perdición entre los chubascos plomizos.
(La deshora llega y el crepúsculo tus desvaríos reclama,
así como aquella aurora en que viste por primera vez
la luz del umbral a través de tu madre.)
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