Vos, en las pestañas entumecidas de la patria,
ebria, con tantos matraces de herrumbre
y ergástulas en el pecho de tus veredas.
Vos, en la sonrisa apolillada de los niños,
igual al eco loco de las hienas hambrientas;
dentro de ti, las aves que se quitaron del mundo,
tinta coagulada en el pómulo de tus senos;
naciste de los cipreses y de las hiedras gigantes,
no del amor paradójico que idiotiza los pasos,
mientras los cascos de Atila aplastan los crepúsculos.
(De nuevo, la flama del llanto y sus quejas de escarcha.)
Te veo en la sombra del farol que quema los atardeceres,
sola, espiando el sabor amargo de los transeúntes vacíos;
como si tuvieras elección alguna, te quiebras junto al espejo
y entregas tus añicos envueltos en sílabas para el traspatio.
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