Cae la noche como una lluvia de espadas,
los faroles encienden sus talentos
y sin tregua amputan las caderas de las sombras.
Del madrigal, sale moribundo el rabo de un conejo,
pringa el suelo con sus estertores llenos de pesadumbre
y de los árboles las carcajadas
similares al joker eyaculando tinieblas.
En la distancia se observa como el óleo
se convierte en un castillo de péndulos
y luego bajo los despojos de su pubis:
la escarcha bifurcada de los resuellos,
el ademán de los escorpiones
y el alambique que destiló huesos por añadidura.
(Detrás de todas estas olas abandonadas, ¡tú!)
Después de todo,
siempre convierto en sigilo la arista de las katanas
para retornar vivo de los senderos de la vigilia.
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