De repente el miedo nace de la pluma y del polvo.
Nos permite conocer aldabas y tabiques en la autopsia.
(La llave del cerrojo, es la muerte misma, fustigaciones
y verdugos en el esparadrapo del mendigo automatismo.)
La vigilia hace de nosotros un cuervo, o quizá será mi sensación,
pero en la faldita de cada puchito de penumbra, tú y el surco.
Derretimos el fuego hasta aplacar su frío,
mientras teñimos el párpado de la noche con nuestras aturdidas lágrimas.
Llega la hora en que a los gallitos les tiritan las patas, ya no hay canturras.
Sigues observando a lo lejos, es tu forma de beber esqueletos y baches;
después de todo, nosotros los viejos llevamos en cada arruga
una flor de loto negra y no le tememos al arcano del jeroglífico.
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