Perdonar el sopor del día.
Tocarle serenata al precipicio de Morfeo.
Manchas purpúreas en lo profundo de sus harapos.
Estos ataúdes demandan la tibia sábana de la Luna,
mientras los trajes de la oficina nadan como patos
y los andenes son los que viven el verdadero frío
en las grietas de la pesadumbre de los años.
(Tengo el cuerpo cubierto de escarcha, me sostiene lo gris.)
De nuevo el dolor, con su angustia de aldabas en las aceras.
De nuevo el estertor, permanencia tétrica en la cuna de Dios.
De nuevo el día, con su espesura y sus rumores grises.
Aquí, nacen del feto los escombros de las sandalias,
se elevan las galanterías, mientras los botones marchitos
duermen con la congoja en su paladar resquebrajado.
(Hoy, siento soledades irrumpiendo en mis huesos sin calcio,
mañana, la tormenta romperá mi sufrimiento en pedazos.)
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