Me odio a mí mismo por no ser un ave.
Odio a las mil caras de la indiferencia.
Me odio, por vivir una cultura diferente.
Odio los ataúdes que arrastra mi sangre.
Me odio, por tener alas y no poder elevarme.
(Caminamos entre zarzas y rosas purulentas.)
Me arrastro junto a la ceniza del vértigo,
los harapos hacen de mí una fisura
y de la peña brotan mis apuñalados lamentos;
me niego a encontrarme con la muerte,
tengo la certeza de adquirir más vida
para poder pervivir en el limbo de tu pupila.
(A veces, el firmamento nos hace añicos
y se cobra todos los machetazos
que le hemos proyectado en sus grandes murallas.)
Por eso, le pido a Dios que me haga diferente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario