Me gusta sonreírle a las piedras, son flores poco
inusuales,
su voz recóndita posee un silencio purpúreo;
así las escucho, como cuando una polilla
escupe sobre las paredes
e invita al cierzo a una larga cuenta de tornillos
y manicomios.
En ellas no puedo decir que la nada es una
doncella aniquilada,
no puedo decir que la ceniza es una carta
donde descansan los muertos,
ni expresar que habito en las ruinas, ni que
mi sexo nutre cada despojo.
─A veces me estorbo a mí mismo. Cuando bajo
por el riachuelo,
mi cuerpo se vuelve torpe al acariciar tal
universo edificado entre la maleza.
Dirás después que soy un depravado y que mis neuronas
están hechas de moho.
Tan solo me aproximo al logaritmo simétrico de
cada grieta labrada por el silencio,
mientras disfruto como empeora tu respiración al escuchar el canto ebrio de mis dedos.
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