Solté la cuerda, mi cuerpo ya no está atado al navío
ancestral de ella.
¿Acaso mencioné cuando fui de papel y llegué hasta el balcón
de su mejilla?
Ahí, pululé como si nada hasta pertenecerle por completo.
Doy gracias porque su luz ahora corre por mis venas, floto como ella,
mas ya no puedo alcanzar el arrecife perpendicular de su
columna. Dime cómo llegar,
cómo llegar otra vez sin dañar ni un fragmento de tus poros luminiscentes.
Quiero llegar así como llegó aquella ave mitológica de
plumas de fuego
y no manchó ni un centímetro de tu tenue piel universo.
Escúchame. Dime algo.
Ten piedad. No me muestres otra vez tu lado oscuro, no
quiero más caos;
perfectamente sé que odias todo cuanto se mueve con falta de
raciocinio.
Ya somos dos, la misantropía corre entre los líquidos verdes de mi reflejo.
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