Hipocresía. Ínfima noche. Palidece el movimiento,
entre junco y junco gorjea la vida y sus palomas
espasmódicas.
(Dime, a qué nos
aferramos cuando el cinturón nos aprieta entre el crepúsculo
o cuando una estatua o
fetiche imita hipócritamente nuestros hados, líquidos.)
No titubeamos al palpar la médula y la conjuntivitis de la
niebla,
el vértigo fue hecho para nosotros, ¿fue hecho el vértigo
para nosotros?
¿A qué precio vemos caer una hoja del reloj apagado de la
lluvia?
─Si tan siquiera las cataratas fueran oráculo o expiación de
culpas,
si tan siquiera usted bajara aquí y confesara que no es
hombre.
El crepúsculo sabe cuánto nos desempolvamos antes de escribir algo
patético,
pues lo pulcro quizá desvanezca la ceniza, el hollín, el
carbón encaprichado
y los falsos discursos de los vitrales oscuros sobre el
entrecejo apolillado del raciocinio.
Sufrimos. Aunque digan lo contrario las anémonas. Aunque diga lo contrario el frío.
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