(Aún lo impávido es el
cero más absoluto.)
Carlos. Azucena. Miguel. Amapola. Ramiro. Rosa.
Ezequiel. Berenice. Rodrigo. Alicia. Javier.
Renato. Alba. Antonio. Esmeralda. Ronaldo. Claudia.
Camilo. Karla. Juan. Silvia. Gustavo. Sofía…
Todo es igual aquí. Incluso los nombres son hojas caídas de
ciertos pedregales.
El aliento es horizontal y no cabe en las fosas verticales
del crepúsculo.
De aquí a dónde los golpes de pecho, la madera desnuda
frente al esputo,
las baldosas ásperas de los relojes, aspavientos afilados de
un modo u otro.
Hay tantos güistes que incorporar al vértigo, tantos nombres
sin mayúscula escala,
tantas fauces por donde entra y sale el susurro agónico de
los maizales.
Siempre es frío o caliente, caliente o frío, el viento habla
en distintos sopores;
Ante tantos nombres mordiendo mi anzuelo, vos, encaminada al
desvarío,
quemáis la última molécula de amor que le queda al asombro.
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