(Nueve mil novecientos ochenta y cinco días.)
No cuento la caída del bálsamo,
sino mi caída, mi caída casi mágica y a la vez
hermética
sobre esta tierra ahogada incluso en sus
propias lágrimas;
asimismo cuento la ceniza incierta e
invisible,
cuento los gestos ancestrales del alambique,
mientras con mi cuarto ojo desencadeno el
tranvía bicéfalo
y le otorgo al buitre un ábaco que contiene
todos mis malestares.
Esto no es un río de perlas preciosas, sino un
tsunami de espejos rotos,
al cual entregué todos mis dibujos que de niño
fueron crueles demonios.
Dirás vos entonces, que merezco tal castigo por
respirarte,
que merezco tal castigo al guardar todo tu silencio entre mis arrugas.
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