Ya nadie quiere para poder amar, ya nadie extraña las letras...
Plañe Eurídice, llora por la lira que toca la canción enamorada de Orfeo, con orgullo toca para su amada, deja todos sus lamentos en las oscuras calles de la penumbra, se desliga del mundo, hace llorar a los dioses, hace llorar a las ninfas, los pájaros acompañan cada toque de sus cuerdas, hace dormir al más oscuro demonio y apacigua sus pecados. Desde donde lo vi, estaba un cisne con sus hijos, escuchando el cancionero que dedo por dedo se pronunciaba, estaban atónitos, estaban atisbando sobre el amor que lleva cada canción, tratando de ver las ondas que se producían en el lago cercano. Una canción que ya no se toca: Ya nadie quiere para poder amar, ya nadie extraña las letras, ya nadie expone su poesía como antes, ya nadie manda cartas poéticas para la Dulcinea que se merece todo. Entre enredaderas de vocales y consonantes me encuentro esculpiendo la verdad sobre el amor, que está desapareciendo poco a poco, se desploma, se esconde, se trata de escabullir y se convierte solo en pasión. Es una lástima cuando la flor no tiene poemas a quien acompañar, solo los pétalos pagan las consecuencias del tiempo olvidado, las espinas de la rosas solo tratan de espinar a quienes ahora las toman como obsequio, porque ellas saben que no son para algo eterno, sino para algo pasajero como el cierzo que pasa al sur abandonado...
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