Abajo en el valle se escuchaban los ruiseñores cantar con alegría...
Caminos abiertos dentro de las ramas de la pupila del bosque, aguas que fluían dentro de las rocas de la cúspide del nacimiento puro, animales que convertían en fiesta cada día su caminar, aire que brotaba de los corazones de las hojas y aun de la hojarasca que alimentaba al mismo árbol productor. Abajo en el valle se escuchaban los ruiseñores cantar con alegría y los tordos los acompañaban con sus arpas celestiales, anunciando que el invierno llega a su fin y viene la primavera con su enorme belleza helénica aplastando todo calor dentro del filo del Sol. El néctar se hacía presente en cada flor visitada por los colibríes, las ventanas del cierzo eran de calma y el vendaval cambiaba su rumbo para deleitarse de los árboles acorazonados del álamo. Llega la noche y la Luna con su resplandor, avisa a las aves nocturnas que ha llegado su tiempo, comienzan a disfrutar, la lechuza mira fijamente un trébol, el ratón husmea en la cocina, las lámparas se encienden solas en el cielo, otra fiesta comienza y el reloj se detiene dentro de la puerta de la torre. Enormes destellos de salud encendían el ánimo de los pájaros, sin embargo, el ente escupió al comal y evaporizó la llama que permanecía intacta y ahora los claveles mueren sin piedad ni clemencia alguna...
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