Atisbando atrás de ese cementerio de pálidos garrotes desechos por la piel entristecida del maltrecho, a veces se siente la mano de la calavera junto al destrozado, encarcelado por nada más ser niño. ¿Cómo es el mundo cuando la muerte llega, llorarán?, siempre plañen aunque de sus pupilas no derramen lágrimas las zarzas espinosas, después que el infante se destruye en el abismo del delito, la familia huye de las espinas que ella misma ha cosechado; siempre su entorno fue gris porque así se lo pintaron. Él no pudo decir: ¡No me pegues!, sé lo mucho que duele, estás lastimando mi futuro, porque sabía que sería castigado. Tal vez fui un hijo de nadie, pero sostuve que la roca en medio del río fácilmente se hunde, mientras la poma flota y aprende a fluir como el agua. En aquella silla estaba el torturador, se sentía como verdugo enfrente del decapitado. Aquellos niños que viven bajo el plomo del cañón que lastima sus oídos o bajo la sombra del sol que quema su cerebro enjaulado, siempre buscan la manera de ver al mundo como un globo de guerra, no pueden ver el cariño por parte de sus padres, pero en el fondo todavía los quieren, porque no pueden odiarlos ni matarlos por las injusticias y malos tratos incrustados dentro del diario de cartón que crece día con día...
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