Corren los niños en el maizal en flor,
desnudan sus pies con todo fervor;
persiguen al (gusano) comelón del grano,
dejando sus huellas en el escobillero vano.
Los caites del sembrador hundidos en el fango
y los verdes pericos disfrutando del mango.
Las manos dibujando mazorcas en el costal,
para poder transportarlas del carretón al comal.
Los bueyes a cuesta van contentos con su bulto
y las aves bailando "Las cortadoras" con tumulto.
Cuando llega el estío los silos se engordan
y los laureles con su frescura comandan.
Que provechoso ─agitado─ fue el invierno,
dejo atrás los manteles quemados por el infierno.
El colibrí juega a esconderse en la hojarasca,
pero no puede esconderse de la virgen Chasca.
La raíz del maíz se convierte en abono orgánico,
pero no todos saben que lo natural es rico.
Luego llega el frijol con su enorme ego,
escupiendo al indígena en su cara de fuego.
Las campánulas se ven tristes en medio de los añicos,
pero volverán las mojadas aguas envueltas en abanicos.
El nido de la chiltota se prepara para el huevo,
para que nazca con orgullo y humildad un ser nuevo.
En la noche el armadillo cava su cueva con sigilo,
porque algún transeúnte sin conciencia anda con filo.
Los ladrillos de las casas a veces bailan "El torito pinto",
pero esto ya es costumbre, ya que vivimos en un risco.
El tejado envuelve al sol y lo convierte en dulzura,
para que el salvadoreño de la choza viva con frescura.
En los caminos ondulan doradas personas,
pero algunas de ellas todavía están en vainas.
Vivo con orgullo en esta tierra del maíz,
por eso dedico este poema a mi país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario