No queremos sus publicaciones, sus ediciones
o galardones; sólo queremos que nos escuchen.
Queremos que la democracia tenga un nombre,
un seudónimo para que crezca el significado verdadero;
ese que se esconde en la parte más oscura del trono.
Reorganizo mis papeles con los guantes de mi barco:
enredando en el oleaje a las paredes mohosas,
moldeando a pinceladas los laureles de los héroes,
ondulando los moldes donde fueron asesinados,
sangrando a borbotones por los poros de los dedos.
Sigo con certidumbre los pasos poéticos:
usando las sartenes donde escupe el esperma,
sofocando la cuerda que ahorca los andenes.
Poco a poco la antología se llena de ritmos suaves:
uniendo a más poetas en la primordial faena imprescindible,
buscando en los agujeros negros, teñidos ojos acuáticos;
logrando penetrar en la roca como gota de agua.
Intuyo a medida pasa el tiempo, que las letras son necesarias;
comprendo que los lectores me ayudan a seguir escribiendo,
a seguir con la espada en la mano, con el escudo en el corazón,
convirtiendo cada lector en un caballero negro que lucha por la luz.
Infiernos y cielos se atraviesan en este mundillo,
ocultando los manuscritos en las tabernas del olvido,
nadando frente a los balcones del vértigo;
en nosotros no está el rechazo de las letras,
sino despertar en la cama del comal, apaciguando las cenizas.
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