Aquel oculto entre la calígine del Libro Sagrado, aquel que llama a la puerta del que lo necesita, aquel que se torna bendición en el corazón del quebrantado, aquel que hizo poesía en la punta del Monte Calavera; éste que me llevó por el camino de las espinas, pisando a paso veloz las puntas ensangrentadas, quitando el pétalo que desvela sangre en la noche del vigía, sollozando a la par del niño de la calle. Es crucial cuando se tornan legendarias las palabras de las neuronas de regalo, pero es lamentable cuando el ego carcome el espíritu; irremediablemente es inaudito cuando el humano se lleva todo el crédito, ya no hay respeto entre las espinas; por ahí grita: "¡es solo mío el Premio Nobel de Literatura y de nadie más!", cuando de por sí el merecedor del premio es aquel Poeta. Sin embargo, mi ser goza descansando en el regazo de éste, sacudiendo toda culpa con el abanico espiritual, sangrando a borbotones junto a las heridas cautivas de las muñecas de mi Maestro, permitiendo que mueva mi corazón para donde se necesita lucha. A veces las aves vuelven con una ramita en su pico, esa ramita que todos necesitamos aportar, para poder llenarle la barriga a los niños llenos de herrumbre, porque nuestro Dios no puede solo, sino que necesita de nosotros para mostrarse en la mesa de éstos. Cuando me envió al mundo: tal vez no supe en que le sería útil, pero ahora ya tengo una faena que cumplir en este mundillo, esta faena ahora pulula en el área de mis pensamientos poéticos, llevando consigo paz, respeto e igualdad a aquellos que leen lo imprescindible.
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