Tal vez, esté en una isla completamente rodeada de fuego, pero mis pensamientos están liberados en cada letra que vuelve de cada letargo; una vez más: las cenizas volcánicas del mundo sacuden los poros del escriba, las tormentas caen del cielo como lluvia de metáforas, las águilas desgarran como hiena a su presa, las piedras se tornan frías como el ártico, las nalgas carecen de insomnio. Seguro es: que este oficio trae consecuencias, pero estas consecuencias nos dan risa, ya que nosotros sabemos que estamos luchando por un mundo donde todos nos respetemos mutuamente; a lo lejos brilla el palacio en su claustro monástico, mientras nosotros quemando nuestras neuronas en el comal de la poesía, tratando de llevar paz al feto; sin embargo, nuestra lengua permanece intacta, ya que los agujeros negros de la dinastía no nos han podido atrapar en sus oscuros planes, dejando ir galardones como palomas en vuelo, porque definitivamente los premios son para callar el oficio. A veces camino desnudo en las aceras de la poesía, pero humildemente me acoge en el regazo de su harapo, aportando para mi caja mágica una ventana más, que me lleva a lo imperativo, quitándole el corcho a las botellas mensajeras que deambulan por la ribera del mar poético. Renuevo los calcetines que están rotos, no por unos nuevos sino que les pongo una venda con hilo, para que sigan luchando en este camino de cucarachas y ratones; éstos que a diario devoran al orbe en silencio, dibujando mentiras en las nubes del ciego, sacando oro de los bolsillos ajenos, destripando salarios de las colmenas del obrero, cosechando amargura en los campos donde ondulan dorados motores, dando dolor en los hospitales por la gran espera de medicamentos, ¡no hay!, ¡qué infierno!
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