La mirada que cautivó el vuelo de aquel pájaro.
Y fue la constelación que a través del espejo
trajo susurros de ninfas lunares hacia lo imposible.
¡Oh Alice Liddell!, la sombra púrpura
que sacó de lo inhóspito a Lewis Carroll,
hoy me rescata de entre las noches
y hace que los güishtes que llevo en cada ojo
caigan sobre los pámpanos de las luciérnagas.
Muchas veces caí como flecha que de arco sale
y me ha dolido impactarme contra las paredes
-manchadas de sangre-
lugar donde los jeroglíficos
descansan la holgazanería de sus demonios.
No sé, si las letanías de mis laúdes,
-las estáis escuchando-
pero dentro de las olas de estas óperas:
la marejada de aluviones
que encona el paso de los amarillos
y la sonata de flautas
que asombra el oído de los sensatos.
Es tarde ya, ─dijo el conejo─; ha llegado la hora de trabajar bajo la sombra del cactus, comer a la fuerza y de salir por el crepúsculo como esclavo de los trogloditas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario