Inmerso en la llama blanca del sopor:
el pensamiento que trae tambores,
lucidez de la tibia noche de la mañana
que mantiene viva la nostalgia del noctámbulo.
Se entorpece la angustia de la espera
y la soledad se hunde como navío entre las nubes;
al rato, el festival de luciérnagas comienza,
mientras los gatos balbucean con sus cabelleras
encima de la chimenea de los estertores.
La doncella me hace la invitación a su barrio
con una señal de animalidad, ferocidad
y desafortunadamente -solo- disfruto de su metafísica.
Es extraño, pero a veces la agonizante espina
se clava directo a la sombra, entra por el traspatio.
Aquí y ahora, la cadera de tus ojos, razón de mis desvaríos.
La paciencia se me agota y mis lamentos surgen de la escarcha.
Te necesito como agua al pozo del páramo, ¿dónde está
aquel pálpito que hacía temblar hasta la más resistente acera?
Desde esta habitación fría y descalza:
hoy te grito mi desesperación, amada poesía.
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