Yace en esta tierra inhóspita, el sigilo de mis pupilas.
Busco entre los claveles, una rosa.
Busco entre las rosas, un clavel.
Cuando te encuentro es cuando más te busco
y mis manos se tornan olas en tus vaivenes.
Hay navíos hundidos en tus orillas, versos sin punto final.
Hay racimos de pétalos, difíciles de alcanzar
y tan fáciles de encontrar en tu fragancia.
A veces olvido de donde surge el jadeo,
mientras tú, en aquella caja de amatista
disfrutas del sufrimiento de los pájaros.
Camino dentro del reflejo de mi sombra
que le hace falta algo, pareja de cisne.
En cambio cuando vuelo, tus palomas mensajeras
me dan la carta de rechazo y te mando mi centro
atado al mástil de una enorme flecha sin estampilla.
A través de esos mantos purpúreos, de plata:
el pozo donde descansan los añicos perplejos,
las nervaduras pétreas de tus olivos
y el líquido escarlata de tus venenos.
Hasta ahora veo a través del espejo
de que tus rechazos eran sensatos
y tu atisbe, caricias fingidas.
Pero me hundí en sus labios
y me faltó el aliento
para poder tan siquiera dibujarle un beso.
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