A veces entre la marea sátira de las acequias del barrio: el vaivén erótico de los andenes, la desconfianza de las paredes, la ausencia del maíz en los túneles de la pupila y en la promiscuidad de los espectros: la bandera blanca de los escorpiones, los azulejos opacos, traslúcidos, llenos de esperma hasta el meñique. No sé, si las lunas que asaltan la noche: muerden el fruto prohibido de las mantis o si las garras de sus navajas se hunden al filo del sonámbulo espasmo. Hay un raro trajín en los cráteres de tus ojos, una mirada profunda y desconsolada que penetra en la almohada de mi cuaderno, (caminas y ves como tus huellas se pierden al son del cierzo), sin duda, el reloj que llevo cosido a la planta de los pies, se torna un enemigo próximo a estacas, estacas de cobre y oro a punto de polvo. En este paradero de alambres y péndulos: te espero envuelto en las sábanas de mi conciencia, envuelto en nubes y brumas a media luz del traspatio; te espero porque así lo dice la gravedad y los ojos del gato, te espero porque así me lo dijo el invierno que brota de mis espejos, te espero porque las ansias de verte se comieron mi féretro, te espero y nunca amanece en este orbe de piñatas y arcoíris de fango. Es cierto, los tumbos de las lámparas de mercurio y los apagones del farol por parte de las papalotas que quieren un cambio, escriben con la tinta de sus corazones y luego perforan las cadenas que nos unen a la sombra de la orfandad.
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