Despertar bajo la ráfaga. Vendavales oscuros. Ceñidos horizontes.
Áridas ojeras caminan sin más camino que el del cráter de la ira.
Desmoronadas horas y fotografías hervidas en penumbra.
Quizá tenga que seguir acostumbrándome al paso lento de los grises,
mientras veo al Sol calcinado por el lanzallamas del fuego fatuo.
Duelen las tumbas bajo mi lengua, arden en frío amargo y evocativo;
usted, venga y detenga el nacimiento de mis ixcanales. Venga y tome uno.
La lejanía es una baraja en blanco, un tablero de ajedrez con piezas invisibles;
¿hacia dónde apuntan las agujas de la esperanza? Tengo que huir. ─No,
es de cobardes huir cuando el país tiene más grande el luto que su extensión.
Sé después de todo, que habrá umbrales y escaleras hacia el espejo de tu regazo.
A deshora, incluso mi sombra cava en silencio su propia fosa.
Mañana, quizá la tierra se abra y se trague hasta el más minúsculo desaire.
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