Voy con la lujuria pegada al estercolero de mis zapatos.
Voy como un torbellino entre las hiedras irrespirables de la niebla.
─¿Existe valija con alguna camisa de fuerza para el oprobio?
Si existe el opio en los ataúdes, que me traigan una pipa árabe
y fumaré los muertos que quieran hasta que vean gemir al silencio.
Llevo años escuchando titilar el bronce de las madrugadas.
─Seguramente estás aburrida de tanto cáncer y antropofagias.
No cabe duda, el tiempo es un nido de buitres, otra página agusanada.
Por si acaso, ahorqué con mis barbas de metano al dios Apolo
y le restregué las farsantes torrejas de una semana fatua y tan negra.
(Podrán nombrar y teñir de sangre el umbral de mis arcanos,
podrán rasgar mi aliento y amedrentar el espejismo con su plomo;
mas no podrán sentir el dolor que siente el vacío. Hiere la lluvia del abandono.)
Hiere la pipa de la verdad, hiere cuando rompe ventanas y bulimia puertas;
hiere cuando tocáis vuestra arpa de insomnio y ponéis coloridas las aldabas de la lejanía.
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