Veamos si la niebla habla cuando le atisbe ─dijo el ciego─.
Al fin de cuentas, uno no sabe cuándo convierte a la soledad
en pequeños cementerios labrados aparentemente bajo la incoherencia.
Uno se santigua al ver el beso de los moscardones sobre la hojarasca
o busca con lupa al vértigo ensangrentado y ocular del viento.
Llevamos días hundidos en el pozo de la consciencia,
llevamos resuellos a cuestas y al respiro le profanamos a menudo.
Quizá converjan los espejos con el reguero de fatiga del acantilado.
Hay vástagos de sombras, injertos en la fisura insospechada del mirto,
la hipocresía hunde su espada en la retina ─y amarga─,
baja por la garganta y desemboca como clavo diáfano en la memoria.
A veces no es luz la sombra. Pronto, diremos cómo se ve el mundo desde la nada.
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