No la busco en los pequeños desiertos que hay en los ojos del gato.
No la busco entre las fisuras de la niebla hablantina,
ni en los botes para basura que tiene la acribillada
ventisca.
No la busco en los megáfonos, ni en las gargantas calladas
de las guacalchías.
No la busco en las grandes pancartas donde se ocultan los
escarabajos,
ni en las botijas donde aguarda el fuego con sus laminitas
de alcanfor.
─Quizá algún día nos lluevan paraguas o la misma lluvia nos
evapore.
No la busco sin antes consultar mi álter ego de frío. Armo
el lied,
mientras la salmuera trata de apartar los abrojos que dejan
los caracoles;
a veces nos escuchas gritar tanto como los espejos, gritar y
gritar,
gritar y gritar, gritar y desintegrarnos bajo el pezón arado
de la agonía.
Están trilladas las paredes, no hay donde curar a tanto
manicomio;
admito haber viajado por el paso de las tarántulas, admito
que soy artrópodo,
un paria que se robó las estrellas y las vendió en el
mercado negro.
Pero aún no la busco en las crayolas holgazanas de la
burguesía.
La busco, en la garganta rellena de anzuelos del crepúsculo,
en las ánforas de sombra y herméticamente cerradas con onomatopeyas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario